PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN
SOBRE "EL CLAVO" CAPÍTULO 2. ACTIVIDADES
CUENTOS AMATORIOS(1881),
seguimos publicación de la “Biblioteca Virtual Cervantes”
II – Escaramuzas
Luego que hube dado la mano a la desconocida para ayudarla a subir, y que ella tomó asiento a mi lado, murmurando un «Gracias...Buenas noches...» que me llegó al corazón, ocurrióseme esta idea tristísima y desgarradora: -¡De aquí a Málaga sólo hay diez y ocho leguas! ¡Que no fuéramos a la península de Kamtchatka!
Entretanto se cerró la portezuela y quedamos a obscuras. Esto significaba ¡no verla! Yo pedía relámpagos al cielo, como el Alfonso Munio de la señora Avellaneda, cuando dice: ¡Horrible tempestad, mándame un rayo! Pero ¡oh dolor! la tormenta se retiraba ya hacia el Mediodía. Y no era lo peor no verla, sino que el aire severo y triste de la gentil señora me había impuesto de tal modo, que no me atrevía a cosa ninguna...
Sin embargo, pasados algunos minutos, le hice aquellas primeras preguntas y observaciones de cajón, que establecen poco a poco cierta intimidad entre los viajeros:
-¿Va V. bien? -¿Se dirige V. a Málaga? -¿Le ha gustado a V. la Alhambra? -¿Viene V. de Granada? -¡Está la noche húmeda!
A lo que respondió ella: -Gracias. -Sí. -No, señor. -¡Oh! -¡Pchis!
Seguramente mi compañera de viaje tenía poca gana de conversación. Dediqueme, pues, a coordinar mejores preguntas, y, viendo que no se me ocurrían, me puse a reflexionar. ¿Por qué había subido aquella mujer en el primer relevo de tiro, y no desde Granada? ¿Era casada? ¿Era viuda? ¿Era...? ¿Y su tristeza? ¿Por qué causa?
Sin ser indiscreto no podía hallar la solución de estas cuestiones, y la viajera me gustaba demasiado para que yo corriese el riesgo de parecerle un hombre vulgar dirigiéndole necias preguntas. ¡Cómo deseaba que amaneciera! De día se habla con justificada libertad..., mientras que la conversación a obscuras tiene algo de tacto, va derecha al bulto, es un abuso de confianza... La desconocida no durmió en toda la noche, según deduje de su respiración y de los suspiros que lanzaba de vez en cuando... Creo inútil decir que yo tampoco pude coger el sueño.
-¿Está V. indispuesta? -le pregunté una de las veces que se quejó.
-No, señor; gracias. Ruego a V. que se duerma descuidado -respondió con seria afabilidad.
-¡Dormirme!- exclamé.
Luego añadí: -Creí que padecía V...
-¡Oh! no..., no padezco -murmuró blandamente, pero con un acento en que llegué a percibir cierta amargura.
El resto de la noche no dio de sí más que breves diálogos como el anterior. Amaneció al fin... ¡Qué hermosa era! Pero ¡qué sello de dolor sobre su frente! ¡Qué lúgubre obscuridad en sus bellos ojos! ¡Qué trágica expresión en todo su semblante! Algo muy triste había en el fondo de su alma.
Y, sin embargo, no era una de aquellas mujeres excepcionales, extravagantes, de corte romántico, que viven fuera del mundo devorando algún pesar o representando alguna tragedia... Era una mujer a la moda, una elegante mujer, de porte distinguido, cuya menor palabra dejaba traslucir una de esas reinas de la conversación y del buen gusto, que tienen por trono una butaca de su gabinete, una carretela en el Prado, o un palco en la ópera; pero que callan fuera de su elemento, o sea fuera del círculo de sus iguales.
Con la llegada del día se alegró algo la encantadora viajera, y ya consistiese en que mi circunspección de toda la noche y la gravedad de mi fisonomía le inspirasen buena idea de mi persona, ya en que quisiera recompensar al hombre a quien no había dejado dormir, fue el caso que inició a su vez las cuestiones de ordenanza: -¿Dónde va V.? -¡Va a hacer buen día! -¡Qué hermoso paisaje!
A lo que yo contesté más extensamente que ella me había contestado a mí. Almorzamos en Colmenar. Los viajeros del interior y de la rotonda eran personas poco tratables. Mi compañera se redujo a hablar conmigo. Excusado es decir que yo estuve enteramente consagrado a ella y que la atendí en la mesa como a una persona real.
De vuelta en el coche, nos tratábamos ya con alguna confianza. En la mesa habíamos hablado de Madrid, y hablar bien de Madrid a una madrileña que se halla lejos de la corte, es la mejor de las recomendaciones. ¡Porque nada es tan seductor como Madrid perdido!
¡Ahora o nunca, Felipe (me dije entonces). -Quedan ocho leguas Abordemos la cuestión amorosa...
ACTIVIDADES:
1-Lectura detenida
2-Apunta las palabras desconocidas. Busca su significado.
3-¿De qué trata este capítulo II de EL CLAVO? ¿Recuerdas qué había sucedido en el capítulo anterior?
4-¿Ahora hay más confianza entre los viajeros?¿Qué han hecho? ¿Qué espera conseguir el narrador-protagonista?
5-¿Ese narrador-protagonista sabe lo que piensa la mujer?