viernes, 11 de diciembre de 2020
miércoles, 2 de diciembre de 2020
martes, 1 de diciembre de 2020
lunes, 30 de noviembre de 2020
RÓMULO GALLEGOS. SOBRE "EL ESPANTO DE LA SABANA" DOÑA BÁRBARA. ACTIVIDIDADES
Rómulo Gallegos
Doña Bárbara
TERCERA PARTE I. EL ESPANTO DE LA SABANA
A Melquíades podían tenerlo trabajando todo el año sin paga, siempre que fuera en hacerle daño a alguien; pero en cualquiera otra actividad, por bien recompensada que fuese, se aburría muy pronto. La más inocente de las ocupaciones a que lo destinaba doña Bárbara era la de trasnochar caballos. Consistía esto en sorprender las yeguas dormidas al raso de la sabana y perseguirlas durante la noche, y a veces durante días y noches consecutivos, de manera que se encaminasen hacia un corral falso, disimulado al efecto entre el monte.
De su condición de brujo y por haber sido él quien introdujo en la región este procedimiento que simplificaba las faenas de la caza de mostrencos, decíase de este oficio, indiferentemente, trasnochar o brujear caballos. Con este trabajo nocturno era además muy fácil sacar los hatajos del fundo ajeno sin riesgo de ser descubierto.
Los de Altamira descansaban de la persecución del Brujeador desde la llegada de Luzardo, a causa de la tregua que doña Bárbara juzgó conveniente a sus planes de seducción, y ya Melquíades, en vista de lo mucho que se prolongaba esta paz, en la cual se enmohecía, estaba pensando en irse de El Miedo, cuando Balbino le comunicó la orden de ponerse de nuevo en actividad.
–La señora le manda decir que se prepare para que salga a trabajar esta misma noche. Que en la sabana de Rincón Hondo va a encontrar un buen hatajo.
–¿Y ella viene de por esos lados? –preguntó Melquíades, quien nunca recibía de buen grado órdenes que le transmitiera Balbino.
–No. Pero usted sabe que ella no necesita ver las cosas con los ojos para saber dónde están. Era él mismo quien había visto hacía poco el hatajo a que se refería; pero dio aquella explicación porque así procedían siempre los mayordomos de doña Bárbara, a fin de que no decayese un momento en el ánimo de los servidores la creencia en sus facultades de bruja. Mas, en materia de brujería, a Melquíades no podían «irle con cuentos, porque él conocía la historia». No negaba que la señora fuese hábil en algo de todo aquello que le atribuían, pero de ahí a que Balbino lo confundiera con Juan Primito había alguna distancia. Ni necesitaba tampoco creer en aquellos poderes para servirle fielmente, porque él tenía el alma del espaldero genuino, que no es un hombre cualquiera, sino uno muy especial, en quien tienen que encontrarse reunidas dos condiciones que parecen excluirse: inconciencia absoluta y lealtad a toda prueba.
Así le servía a doña Bárbara, no sólo para aquello de brujear caballos, oficio que podía desempeñar otro cualquiera, sino para cosas más graves, y sirviéndole así no lo animaba, propiamente, la idea de lucro, porque la no es un trabajo, sino una función natural. Balbino Paiba, en cambio, podría ser todo menos esto, pues no pensaba sino en sacar provecho, y era traidor por naturaleza. Otra clase de hombres, por los cuales Melquíades sentía el más profundo desprecio.
Léxico:
Brujeador: Persona práctica en cazar bestias bravías, persiguiéndolas
día y noche sin dejarlas ni pacer ni dormir.
Mostrencos: caballos
Fundo: finca, cortijo
Altamira: nombre de un cortijo
El Miedo: nombre de un cortijo
Hatajo: grupo de caballos
Espaldero: hombre de confianza, matón
Espaldaría: actitud del hombre de confianza, del matón
Brujear caballos: cazar bestias bravías, sin dejarlas ni pacer ni
dormir.
ACTIVIDADES:
1. Lectura.
2. Resumen en diez líneas.
3. ¿En qué país se desarrolla la acción?
4. ¿Cómo te imaginas el paisaje de la sabana?
5. ¿Cómo podría ser Melquíades tanto física como
psicológicamente?
6. ¿Cómo será doña Bárbara?
7. ¿En qué otros ambientes se da el “espaldero”?
8. ¿De qué actividad económica vivirían en esos
fundos?
9. ¿Qué opinión desde el punto de vista literario te
merece el fragmento?
domingo, 29 de noviembre de 2020
SOBRE "EL CLAVO" CAPÍTULO 2. ACTIVIDADES COMPRENSIVAS.
PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN
SOBRE "EL CLAVO" CAPÍTULO 2. ACTIVIDADES
CUENTOS AMATORIOS(1881),
seguimos publicación de la “Biblioteca Virtual Cervantes”
II – Escaramuzas
Luego que hube dado la mano a la desconocida para ayudarla a subir, y que ella tomó asiento a mi lado, murmurando un «Gracias...Buenas noches...» que me llegó al corazón, ocurrióseme esta idea tristísima y desgarradora: -¡De aquí a Málaga sólo hay diez y ocho leguas! ¡Que no fuéramos a la península de Kamtchatka!
Entretanto se cerró la portezuela y quedamos a obscuras. Esto significaba ¡no verla! Yo pedía relámpagos al cielo, como el Alfonso Munio de la señora Avellaneda, cuando dice: ¡Horrible tempestad, mándame un rayo! Pero ¡oh dolor! la tormenta se retiraba ya hacia el Mediodía. Y no era lo peor no verla, sino que el aire severo y triste de la gentil señora me había impuesto de tal modo, que no me atrevía a cosa ninguna...
Sin embargo, pasados algunos minutos, le hice aquellas primeras preguntas y observaciones de cajón, que establecen poco a poco cierta intimidad entre los viajeros:
-¿Va V. bien? -¿Se dirige V. a Málaga? -¿Le ha gustado a V. la Alhambra? -¿Viene V. de Granada? -¡Está la noche húmeda!
A lo que respondió ella: -Gracias. -Sí. -No, señor. -¡Oh! -¡Pchis!
Seguramente mi compañera de viaje tenía poca gana de conversación. Dediqueme, pues, a coordinar mejores preguntas, y, viendo que no se me ocurrían, me puse a reflexionar. ¿Por qué había subido aquella mujer en el primer relevo de tiro, y no desde Granada? ¿Era casada? ¿Era viuda? ¿Era...? ¿Y su tristeza? ¿Por qué causa?
Sin ser indiscreto no podía hallar la solución de estas cuestiones, y la viajera me gustaba demasiado para que yo corriese el riesgo de parecerle un hombre vulgar dirigiéndole necias preguntas. ¡Cómo deseaba que amaneciera! De día se habla con justificada libertad..., mientras que la conversación a obscuras tiene algo de tacto, va derecha al bulto, es un abuso de confianza... La desconocida no durmió en toda la noche, según deduje de su respiración y de los suspiros que lanzaba de vez en cuando... Creo inútil decir que yo tampoco pude coger el sueño.
-¿Está V. indispuesta? -le pregunté una de las veces que se quejó.
-No, señor; gracias. Ruego a V. que se duerma descuidado -respondió con seria afabilidad.
-¡Dormirme!- exclamé.
Luego añadí: -Creí que padecía V...
-¡Oh! no..., no padezco -murmuró blandamente, pero con un acento en que llegué a percibir cierta amargura.
El resto de la noche no dio de sí más que breves diálogos como el anterior. Amaneció al fin... ¡Qué hermosa era! Pero ¡qué sello de dolor sobre su frente! ¡Qué lúgubre obscuridad en sus bellos ojos! ¡Qué trágica expresión en todo su semblante! Algo muy triste había en el fondo de su alma.
Y, sin embargo, no era una de aquellas mujeres excepcionales, extravagantes, de corte romántico, que viven fuera del mundo devorando algún pesar o representando alguna tragedia... Era una mujer a la moda, una elegante mujer, de porte distinguido, cuya menor palabra dejaba traslucir una de esas reinas de la conversación y del buen gusto, que tienen por trono una butaca de su gabinete, una carretela en el Prado, o un palco en la ópera; pero que callan fuera de su elemento, o sea fuera del círculo de sus iguales.
Con la llegada del día se alegró algo la encantadora viajera, y ya consistiese en que mi circunspección de toda la noche y la gravedad de mi fisonomía le inspirasen buena idea de mi persona, ya en que quisiera recompensar al hombre a quien no había dejado dormir, fue el caso que inició a su vez las cuestiones de ordenanza: -¿Dónde va V.? -¡Va a hacer buen día! -¡Qué hermoso paisaje!
A lo que yo contesté más extensamente que ella me había contestado a mí. Almorzamos en Colmenar. Los viajeros del interior y de la rotonda eran personas poco tratables. Mi compañera se redujo a hablar conmigo. Excusado es decir que yo estuve enteramente consagrado a ella y que la atendí en la mesa como a una persona real.
De vuelta en el coche, nos tratábamos ya con alguna confianza. En la mesa habíamos hablado de Madrid, y hablar bien de Madrid a una madrileña que se halla lejos de la corte, es la mejor de las recomendaciones. ¡Porque nada es tan seductor como Madrid perdido!
¡Ahora o nunca, Felipe (me dije entonces). -Quedan ocho leguas Abordemos la cuestión amorosa...
ACTIVIDADES:
1-Lectura detenida
2-Apunta las palabras desconocidas. Busca su significado.
3-¿De qué trata este capítulo II de EL CLAVO? ¿Recuerdas qué había sucedido en el capítulo anterior?
4-¿Ahora hay más confianza entre los viajeros?¿Qué han hecho? ¿Qué espera conseguir el narrador-protagonista?
5-¿Ese narrador-protagonista sabe lo que piensa la mujer?
SOBRE "EL CLAVO" CAPÍTULO 1. ACTIVIDADES COMPRENSIVAS.
Pedro Antonio de Alarcón
SOBRE "EL CLAVO" CAPÍTULO 1. ACTIVIDADES COMPRENSIVAS.
EL NÚMERO 1
Lo que más ardientemente desea todo el que pone el pie en el estribo de una diligencia para emprender un largo viaje, es que los compañeros de departamento que le toquen en suerte sean de amena conversación y tengan sus mismos gustos, sus mismos vicios, pocas impertinencias, buena educación y una franqueza que no raye en familiaridad. Porque, como ya han dicho y demostrado Larra, Kock, Soulié y otros escritores de costumbres, es asunto muy serio esa improvisada e íntima reunión de dos o más personas, que nunca se han visto ni quizás han de volver a verse sobre la tierra, y destinadas, sin embargo, por un capricho del azar, a codearse dos o tres días, a almorzar, comer y cenar juntas, a dormir una encima de otra, a manifestarse, en fin, recíprocamente con ese abandono y confianza que no concedemos ni aun a nuestros mayores amigos; esto es, con los hábitos y flaquezas de casa y de familia
ACTIVIDADES sobre el primer párrafo del capítulo 1.
1-Lectura detenida.
2- Vuelve a leer el texto para contestar estas preguntas:
¿Narrador y protagonista coinciden?
¿Dónde se encuentra?
¿Qué va a realizar?
¿Qué consideras sobre sus pensamientos?
¿Cuándo te encuentras con personas con las que compartes espacio durante algún tiempo, piensas de este modo?
SOBRE "EL CLAVO" CAPÍTULO 1. ACTIVIDADES MORFOLÓGICAS.
PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN
“El CLAVO” CAP 1 Párrafos 2 y 3
Al abrir la portezuela acuden tumultuosos temores a la imaginación. Una vieja con asma, un fumador de mal tabaco, una fea que no tolere el humo del bueno, una nodriza que se maree de ir en carruaje, angelitos que lloren y demás, un hombre grave que ronque, una venerable matrona que ocupe asiento y medio, un inglés que no hable el español (supongo que vosotros no habláis el inglés), tales son, entre otros, los tipos que teméis encontrar.
Alguna vez acariciáis la dulce esperanza de hallaros con una hermosa compañera de viaje; por ejemplo, con una viudita de veinte a treinta años (y aun de treinta y seis), con quien sobrellevará medias las molestias del camino; pero no bien os ha sonreído esta idea, cuando os apresuráis a desecharla melancólicamente, considerando que tal ventura sería demasiada para un simple mortal en este valle de lágrimas y despropósitos.
ACTIVIDADES cap1 párrafos 2 y 3
1-Extrae los verbos y analízalos.
2-Extrae y clasifica los sustantivos.
3-Extrae las preposiciones.
SOBRE "EL CLAVO" CAPÍTULO 1. ACTIVIDADES
Pedro Antonio de Alarcón
SOBRE "EL CLAVO" CAPÍTULO 1.
ACTIVIDADES
CUENTOS AMATORIOS(1881),
seguimos publicación de la “Biblioteca Virtual Cervantes”
“EL CLAVO” El número 1
Lo que más ardientemente desea todo el que pone el pie en el estribo de una diligencia para emprender un largo viaje, es que los compañeros de departamento que le toquen en suerte sean de amena conversación y tengan sus mismos gustos, sus mismos vicios, pocas impertinencias, buena educación y una franqueza que no raye en familiaridad. Porque, como ya han dicho y demostrado Larra, Kock, Soulié y otros escritores de costumbres, es asunto muy serio esa improvisada e íntima reunión de dos o más personas, que nunca se han visto ni quizás han de volver a verse sobre la tierra, y destinadas, sin embargo, por un capricho del azar, a codearse dos o tres días, a almorzar, comer y cenar juntas, a dormir una encima de otra, a manifestarse, en fin, recíprocamente con ese abandono y confianza que no concedemos ni aun a nuestros mayores amigos; esto es, con los hábitos y flaquezas de casa y de familia
Al abrir la portezuela acuden tumultuosos temores a la imaginación. Una vieja con asma, un fumador de mal tabaco, una fea que no tolere el humo del bueno, una nodriza que se maree de ir en carruaje, angelitos que lloren y demás, un hombre grave que ronque, una venerable matrona que ocupe asiento y medio, un inglés que no hable el español (supongo que vosotros no habláis el inglés), tales son, entre otros, los tipos que teméis encontrar.
Alguna vez acariciáis la dulce esperanza de hallaros con una hermosa compañera de viaje; por ejemplo, con una viudita de veinte a treinta años (y aun de treinta y seis), con quien sobrellevará medias las molestias del camino; pero no bien os ha sonreído esta idea, cuando os apresuráis a desecharla melancólicamente, considerando que tal ventura sería demasiada para un simple mortal en este valle de lágrimas y despropósitos.
Con tan amargos recelos ponía yo el pie en el estribo de la berlina de la diligencia de Granada a Málaga, a las once menos cinco minutos de una noche del otoño de 1844; noche obscura y tempestuosa por más señas. Al penetrar en el coche, con el billete número 2 en el bolsillo, mi primer pensamiento fue saludar a aquel incógnito número 1 que me traía inquieto antes de serme conocido.
Es de advertir que el tercer asiento de la berlina no estaba tomado, según confesión del mayoral en jefe. -¡Buenas noches! -dije, no bien me senté, enfilando la voz hacia el rincón en que suponía a mi compañero de jaula.
Un silencio tan profundo como la obscuridad reinante siguió a mis buenas noches.
- ¡Diantre! (pensé): ¿si será sordo... o sorda mi epiceno cofrade? Y, alzando más la voz, repetí: -¡Buenas noches! Igual silencio sucedió a mi segunda salutación. -¿Si será mudo? -me dije entonces.
A todo esto, la diligencia había echado a andar, digo, a correr, arrastrada por diez briosos caballos. Mi perplejidad subía de punto. -¿Con quién iba? ¿Con un varón? ¿Con una hembra? ¿Con una vieja? ¿Con una joven? - ¿Quién, quién era aquel silencioso número 1? Y, fuera quien fuese, ¿por qué callaba? ¿Por qué no respondía a mi saludo? -¿Estaría ebrio? ¿Se habría dormido? ¿Se habría muerto? ¿Sería un ladrón?...
Era cosa de encender luz. Pero yo no fumaba entonces, y no tenía fósforos... ¿Qué hacer? Por aquí iba en mis reflexiones, cuando se me ocurrió apelar al sentido del tacto, pues que tan ineficaces eran el de la vista y el del oído...
Con más tiento, pues, que emplea un pobre diablo para robarnos el pañuelo en la Puerta del Sol, extendí la mano derecha hacia aquel ángulo del coche. Mi dorado deseo era tropezar con una falda de seda, o de lana, y aun de percal... Avancé, pues... ¡Nada! Avancé más; extendí todo el brazo... ¡Nada! Avancé de nuevo; palpé con entera resolución, en un lado, en otro, en los cuatro rincones, debajo de los asientos, en las correas del techo ¡Nada..., nada!
En este momento brilló un relámpago (ya he dicho que había tempestad), y a su luz sulfúrea vi ¡que iba completamente solo! Solté una carcajada, burlándome de mí mismo, y precisamente en aquel instante se detuvo la diligencia. Estábamos en el primer relevo. Ya me disponía a preguntarle al mayoral por el viajero que faltaba, cuando se abrió la portezuela, y, a la luz de un farol que llevaba el zagal, vi... ¡Me pareció un sueño lo que vi! Vi poner el pie en el estribo de la berlina (¡de mi departamento!) a una hermosísima mujer, joven, elegante, pálida, sola, vestida de luto... Era el número 1; era mi antes epiceno compañero de viaje; era la viuda de mis esperanzas; era la realización del sueño que apenas había osado concebir; era el non plus ultra de mis ilusiones de viajero ¡Era ella! Quiero decir: había de ser ella con el tiempo.
ACTIVIDADES:
1-Lectura detenida.
2-Apunta las palabras desconocidas. Busca o pregunta su significado
3-Resume el contenido.
Fotograma de la película
de Rafael Gil 1941
Amparo Rivelles
Rafael Durán
PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN "EL CLAVO" LECTURAS cap 1 y 2.
PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN
"EL CLAVO". LECTURAS cap 1 y 2.
CUENTOS AMATORIOS (1881),
seguimos publicación de la “Biblioteca Virtual Cervantes”
El número 1
Lo que más ardientemente desea todo el que pone el pie en el estribo de una diligencia para emprender un largo viaje, es que los compañeros de departamento que le toquen en suerte sean de amena conversación y tengan sus mismos gustos, sus mismos vicios, pocas impertinencias, buena educación y una franqueza que no raye en familiaridad. Porque, como ya han dicho y demostrado Larra, Kock, Soulié y otros escritores de costumbres, es asunto muy serio esa improvisada e íntima reunión de dos o más personas, que nunca se han visto ni quizás han de volver a verse sobre la tierra, y destinadas, sin embargo, por un capricho del azar, a codearse dos o tres días, a almorzar, comer y cenar juntas, a dormir una encima de otra, a manifestarse, en fin, recíprocamente con ese abandono y confianza que no concedemos ni aun a nuestros mayores amigos; esto es, con los hábitos y flaquezas de casa y de familia
Al abrir la portezuela acuden tumultuosos temores a la imaginación. Una vieja con asma, un fumador de mal tabaco, una fea que no tolere el humo del bueno, una nodriza que se maree de ir en carruaje, angelitos que lloren y demás, un hombre grave que ronque, una venerable matrona que ocupe asiento y medio, un inglés que no hable el español (supongo que vosotros no habláis el inglés), tales son, entre otros, los tipos que teméis encontrar.
Alguna vez acariciáis la dulce esperanza de hallaros con una hermosa compañera de viaje; por ejemplo, con una viudita de veinte a treinta años (y aun de treinta y seis), con quien sobrellevará medias las molestias del camino; pero no bien os ha sonreído esta idea, cuando os apresuráis a desecharla melancólicamente, considerando que tal ventura sería demasiada para un simple mortal en este valle de lágrimas y despropósitos.
Con tan amargos recelos ponía yo el pie en el estribo de la berlina de la diligencia de Granada a Málaga, a las once menos cinco minutos de una noche del otoño de 1844; noche obscura y tempestuosa por más señas. Al penetrar en el coche, con el billete número 2 en el bolsillo, mi primer pensamiento fue saludar a aquel incógnito número 1 que me traía inquieto antes de serme conocido.
Es de advertir que el tercer asiento de la berlina no estaba tomado, según confesión del mayoral en jefe. -¡Buenas noches! -dije, no bien me senté, enfilando la voz hacia el rincón en que suponía a mi compañero de jaula.
Un silencio tan profundo como la obscuridad reinante siguió a mis buenas noches.
- ¡Diantre! (pensé): ¿si será sordo... o sorda mi epiceno cofrade? Y, alzando más la voz, repetí: -¡Buenas noches! Igual silencio sucedió a mi segunda salutación. -¿Si será mudo? -me dije entonces.
A todo esto, la diligencia había echado a andar, digo, a correr, arrastrada por diez briosos caballos. Mi perplejidad subía de punto. -¿Con quién iba? ¿Con un varón? ¿Con una hembra? ¿Con una vieja? ¿Con una joven? - ¿Quién, quién era aquel silencioso número 1? Y, fuera quien fuese, ¿por qué callaba? ¿Por qué no respondía a mi saludo? -¿Estaría ebrio? ¿Se habría dormido? ¿Se habría muerto? ¿Sería un ladrón?...
Era cosa de encender luz. Pero yo no fumaba entonces, y no tenía fósforos... ¿Qué hacer? Por aquí iba en mis reflexiones, cuando se me ocurrió apelar al sentido del tacto, pues que tan ineficaces eran el de la vista y el del oído...
Con más tiento, pues, que emplea un pobre diablo para robarnos el pañuelo en la Puerta del Sol, extendí la mano derecha hacia aquel ángulo del coche. Mi dorado deseo era tropezar con una falda de seda, o de lana, y aun de percal... Avancé, pues... ¡Nada! Avancé más; extendí todo el brazo... ¡Nada! Avancé de nuevo; palpé con entera resolución, en un lado, en otro, en los cuatro rincones, debajo de los asientos, en las correas del techo ¡Nada..., nada!
En este momento brilló un relámpago (ya he dicho que había tempestad), y a su luz sulfúrea vi ¡que iba completamente solo! Solté una carcajada, burlándome de mí mismo, y precisamente en aquel instante se detuvo la diligencia. Estábamos en el primer relevo. Ya me disponía a preguntarle al mayoral por el viajero que faltaba, cuando se abrió la portezuela, y, a la luz de un farol que llevaba el zagal, vi... ¡Me pareció un sueño lo que vi! Vi poner el pie en el estribo de la berlina (¡de mi departamento!) a una hermosísima mujer, joven, elegante, pálida, sola, vestida de luto... Era el número 1; era mi antes epiceno compañero de viaje; era la viuda de mis esperanzas; era la realización del sueño que apenas había osado concebir; era el non plus ultra de mis ilusiones de viajero ¡Era ella! Quiero decir: había de ser ella con el tiempo.
II – Escaramuzas
Luego que hube dado la mano a la desconocida para ayudarla a subir, y que ella tomó asiento a mi lado, murmurando un «Gracias...Buenas noches...» que me llegó al corazón, ocurrióseme esta idea tristísima y desgarradora: -¡De aquí a Málaga sólo hay diez y ocho leguas! ¡Que no fuéramos a la península de Kamtchatka!
Entretanto se cerró la portezuela y quedamos a obscuras. Esto significaba ¡no verla! Yo pedía relámpagos al cielo, como el Alfonso Munio de la señora Avellaneda, cuando dice: ¡Horrible tempestad, mándame un rayo! Pero ¡oh dolor! la tormenta se retiraba ya hacia el Mediodía. Y no era lo peor no verla, sino que el aire severo y triste de la gentil señora me había impuesto de tal modo, que no me atrevía a cosa ninguna...
Sin embargo, pasados algunos minutos, le hice aquellas primeras preguntas y observaciones de cajón, que establecen poco a poco cierta intimidad entre los viajeros:
-¿Va V. bien? -¿Se dirige V. a Málaga? -¿Le ha gustado a V. la Alhambra? -¿Viene V. de Granada? -¡Está la noche húmeda!
A lo que respondió ella: -Gracias. -Sí. -No, señor. -¡Oh! -¡Pchis!
Seguramente mi compañera de viaje tenía poca gana de conversación. Dediqueme, pues, a coordinar mejores preguntas, y, viendo que no se me ocurrían, me puse a reflexionar. ¿Por qué había subido aquella mujer en el primer relevo de tiro, y no desde Granada? ¿Era casada? ¿Era viuda? ¿Era...? ¿Y su tristeza? ¿Por qué causa?
Sin ser indiscreto no podía hallar la solución de estas cuestiones, y la viajera me gustaba demasiado para que yo corriese el riesgo de parecerle un hombre vulgar dirigiéndole necias preguntas. ¡Cómo deseaba que amaneciera! De día se habla con justificada libertad..., mientras que la conversación a obscuras tiene algo de tacto, va derecha al bulto, es un abuso de confianza... La desconocida no durmió en toda la noche, según deduje de su respiración y de los suspiros que lanzaba de vez en cuando... Creo inútil decir que yo tampoco pude coger el sueño.
-¿Está V. indispuesta? -le pregunté una de las veces que se quejó.
-No, señor; gracias. Ruego a V. que se duerma descuidado -respondió con seria afabilidad.
-¡Dormirme!- exclamé.
Luego añadí: -Creí que padecía V...
-¡Oh! no..., no padezco -murmuró blandamente, pero con un acento en que llegué a percibir cierta amargura.
El resto de la noche no dio de sí más que breves diálogos como el anterior. Amaneció al fin... ¡Qué hermosa era! Pero ¡qué sello de dolor sobre su frente! ¡Qué lúgubre obscuridad en sus bellos ojos! ¡Qué trágica expresión en todo su semblante! Algo muy triste había en el fondo de su alma.
Y, sin embargo, no era una de aquellas mujeres excepcionales, extravagantes, de corte romántico, que viven fuera del mundo devorando algún pesar o representando alguna tragedia... Era una mujer a la moda, una elegante mujer, de porte distinguido, cuya menor palabra dejaba traslucir una de esas reinas de la conversación y del buen gusto, que tienen por trono una butaca de su gabinete, una carretela en el Prado, o un palco en la ópera; pero que callan fuera de su elemento, o sea fuera del círculo de sus iguales.
Con la llegada del día se alegró algo la encantadora viajera, y ya consistiese en que mi circunspección de toda la noche y la gravedad de mi fisonomía le inspirasen buena idea de mi persona, ya en que quisiera recompensar al hombre a quien no había dejado dormir, fue el caso que inició a su vez las cuestiones de ordenanza: -¿Dónde va V.? -¡Va a hacer buen día! -¡Qué hermoso paisaje!
A lo que yo contesté más extensamente que ella me había contestado a mí. Almorzamos en Colmenar. Los viajeros del interior y de la rotonda eran personas poco tratables. Mi compañera se redujo a hablar conmigo. Excusado es decir que yo estuve enteramente consagrado a ella y que la atendí en la mesa como a una persona real.
De vuelta en el coche, nos tratábamos ya con alguna confianza. En la mesa habíamos hablado de Madrid, y hablar bien de Madrid a una madrileña que se halla lejos de la corte, es la mejor de las recomendaciones. ¡Porque nada es tan seductor como Madrid perdido!
¡Ahora o nunca, Felipe (me dije entonces). -Quedan ocho leguas Abordemos la cuestión amorosa...
sábado, 28 de noviembre de 2020
"EL DESCENDIENTE DEL CUNAVICHERO". ACTIVIDADES SOBRE "DOÑA BÁRBARA" DE RÓMULO GALLEGOS.
"EL DESCENDIENTE DEL CUNAVICHERO".
ACTIVIDADES SOBRE "DOÑA BÁRBARA" DE RÓMULO GALLEGOS.
Traemos aquí el inicio del capítulo II, seguimos la primera edición de Araluce, de la célebre novela venezolana "Doña Bárbara" de Rómulo Gallegos, publicada en 1929. La acción se desarrolla en los Llanos del Estado Apure en una zona de grandes ríos (Cunaviche, Arauca, Meta, Apure, que desembocan en el río Orinoco) y extensos territorios.
En el fragmento encontraremos expresiones propias de ese ámbito geográfico, donde la palabra “cajón” designa a los grandes espacios rectangulares entre ríos, el término “hato” referido a una gran finca latifundista y los “garceros” serán los humedales frecuentados por garzas.
II EL DESCENDIENTE DEL CUNAVICHERO
En la parte más desierta y bravía del cajón del Arauca estaba situado
el hato de Altamira, primitivamente unas doscientas leguas de sabanas
feraces que alimentaban la hacienda más numerosa que por aquellas
soledades pacía y donde se encontraba uno de los más ricos garceros
de la región.
Lo fundó, en años ya remotos, don Evaristo Luzardo, uno de aquellos llaneros nómadas que recorrían –y todavía recorren– con sus rebaños las inmensas praderas del cajón del Cunaviche, pasando de éste al del Arauca, menos alejado de los centros de población.
Sus descendientes, llaneros genuinos de «pata-en-el-suelo y garrasí»
que nunca salieron de los términos de la finca, la fomentaron y
ensancharon hasta convertirla en una de las más importantes de la
región; pero multiplicada y enriquecida la familia, unos tiraron hacia
las ciudades, otros se quedaron bajo los techos de palma del hato, y a
la apacible vida patriarcal de los primeros Luzardos sucedió la
desunión, y ésta trajo la discordia que había de darles trágica fama.
El último propietario del primitivo Altamira fue don José de los
Santos, quien por salvar la finca de la ruina de una partición
numerosa, compró los derechos de sus condueños, a costa de una larga
vida de trabajos y privaciones; pero, a su muerte, sus hijos José y
Panchita –ésta ya casada con Sebastián Barquero– optaron por la
partición, y al antiguo fundo sucedieron dos: uno propiedad de José,
que conservó la denominación original, y el otro, que tomó la de La
Barquereña, por el apellido de Sebastián.
ACTIVIDADES
1-Lectura y resumen.
2-Explica:
-Si “Cunaviche” es el nombre de un río qué significará “descendiente del cunavichero”…
-¿Cuánto será una legua?
¿Cuántos kilómetros cuadrados abarcará la finca Altamira?
-¿Qué significa “nómada”?
-¿Qué querrá decir “llaneros genuinos de «pata-en-el-suelo y garrasí»”?
-¿Y “apacible vida patriarcal”?
- ¿Y “condueños”?
3- Sinónimos y antónimos de apacible, original, primitivo, finca grande, ensanchar, enriquecer.
4-Señala en el primer párrafo los verbos.
5-Señala en el segundo párrafo los sustantivos. Clasifica cinco.
6-Señala en el tercer párrafo los determinantes. Clasifícalos.
7-Señala en el cuarto párrafo los pronombres. Clasifícalos.